Dos amigos encuentran enterrada en el bosque
una extraña muñeca tuerta que parece haberse
convertida en la casa de cientos de gusanos y bichos.
Un escalofrío les recorrerá la espalda al desenterrarla,
nunca debieron haberlo hecho…
Pedro era casi como un hermano para
Juan ya que ambos se conocían desde hace algunos años
y eran inseparables.
Los dos iban al mismo instituto, estaban en la misma
clase y,
casi siempre que organizaban trabajos en grupo se
juntaban.
Un día la maestra de Ciencias Naturales mandó
una tarea bastante rara aunque ciertamente entretenida:
los alumnos debían traer muestras de distintos tipos de
tierra
según el nivel de profundidad, guardando
en bolsitas un puñado de tierra cada cinco centímetros
que horadaran en ella. Como de costumbre
, Juan y Pedro se juntaron para trabajar,
aunque en realidad aquello de “trabajar”
era un pretexto, una excusa perfecta para que
ambos consigan el permiso de sus padres
para ir al bosque de las afueras de la ciudad.
Una vez allí decidieron que no deberían adentrarse
demasiado ya que correrían el peligro de perderse,
no sería la primera vez que algún excursionista
poco experimentado se desorientaba en él
(en algunos casos con funestos resultados).
Marcaron con una tiza todos los árboles por los
que pasaban para no confundir el camino de vuelta
y empezaron a adentrarse un poco más de lo pactado
en las profundidades de la imponente masa de árboles.
Llegado a un punto un extraño claro les llamó la
atención.
– Este sitio es perfecto para escavar,
aquí seguro que no nos molestan las raíces
de los árboles y además esas piedras parecen
“cómodas” y podemos sentarnos
a comer un bocadillo- dijo Juan.
– El bocadillo me lo comeré yo mientras escavas,
porque desde luego yo no me pienso
ensuciar la camiseta nueva”
– bromeó Pedro poniendo voz de niña consentida.
– Hagamos una cosa, nos comemos el bocadillo
ahora y con el estómago lleno
nos lo jugamos a cara o cruz”
– dijo Juan que tenía hambre desde hacía casi una hora.
Tras quince o veinte minutos de risas y bromas,
acabaron su almuerzo y Juan sacó una moneda.
– El que pierda empieza, estamos cinco minutos
cada uno y continúa el otro.
Que por la “bruja de ciencias”
no me pienso partir la espalda.
Tampoco vamos a enterrar a nadie,
así que 50 centímetros de profundidad como mucho.
– Vale, prepárate a perder –
dijo Pedro mientras sacaba de su mochila
las herramientas de jardinería que
le había pedido prestadas a su padre.
Juan perdió el lanzamiento y un poco desganado empezó
a buscar por todas partes para elegir donde comenzar a
cavar.
Vio de pronto un montón de hongos rojos con puntos
blancos,
todos creciendo juntos en el mismo lugar.
Aquello suscitó en él un entusiasmo infantil
que le hizo correr a cavar en el lugar como
si las setas le indicasen con su presencia la
posibilidad de encontrar algo extraño bajo tierra.
– Le voy a guardar unas pocas setas a la bruja,
con un poco de suerte serán venenosas jajaja –
dijo mientras metía en una de las pequeñas
bolsas una muestra de tierra de la superficie.
Al tocar la tierra con sus manos
sintió un escalofrío por todo el cuerpo,
de pronto comenzó a tener miedo y se levantó de golpe.
– ¡Tengo frío, aquí hace más frío que en todo el bosque!
– le gritó a Pedro.
– ¡Jajaja!, ay sí, ay sí, estás encima de un lugar
maldito
o hay un fantasma justo donde estás cavando
– le dijo Pedro ridiculizando a su amigo.
Juan por hacerse el valiente siguió cavando
y juntando la tierra en bolsitas diferentes
cada cinco centímetros de profundidad.
Entretanto, Pedro exploraba el paisaje
y jugaba al fútbol con una piedra.
– ¡Mira! –
gritó Juan cuando llevaba unos minutos cavando.
Pedro fue corriendo a ver lo que Juan
le mostraba con tanta exaltación,
una muñeca pelirroja de unos treinta centímetros.
Al mirarla sintió que un escalofrío le recorría
la médula y que el asco se anudaba
en su cuello como una larga escolopendra llena
de punzantes y grotescas patas.
– ¡Aaaaaggh suelta eso! –
exclamó Pedro con una mezcla de terror
y asco mientras se apartaba de aquella
repulsiva muñeca tuerta que Juan sostenía en su mano.
Juan que parecía confundido miró de nuevo a la muñeca
y la soltó horrorizado al ver lo mismo que Pedro:
gusanos, enormes gusanos blancos.
Se contorsionaban dentro
de la cabeza de goma de la muñeca,
se agitaban como poseídos y comenzaron
a sacar sus pequeñas cabezas
por la cavidad en que alguna vez estuvo
el ojo faltante de esa muñeca pelirroja
cubierta por una ropa que misteriosamente
conservaba su blancura casi intacta…
– Pero si cuando la desenterré estaba bien,
era preciosa y parecía sonreírme.
El único ojo que le quedaba a la muñeca era inquietante:
grande pero con la parte blanca pintada
de negro y con un iris pequeño e intensamente
rojo en el cual había una diminuta y demoníaca pupila.
¿Qué clase de enfermo mental habría
escondido una muñeca tuerta bajo tierra?
¿Por qué los gusanos se aglomeraban en la cabeza de la
muñeca?
¿Sería verdad lo del frío que mencionó Juan?
Ambos chicos, realmente asustados,
salieron corriendo del lugar, sintiendo como
la mirada del único ojo de esa muñeca se les clavaba en
la espalda.
Únicamente pararon un par de veces,
veces en las que Juan se detuvo a vomitar,
cosa normal si pensamos que tuvo en sus manos
cientos de gusanos sin darse cuenta.
Pero al llegar a casa a Juan
parecía que no le abandonaban las nauseas,
seguía vomitando y su cara tornó a un tono amarillento
pálido.
Los dos amigos pensaron que se recuperaría en una par de
horas,
pero no fue así, con el paso de los días cada vez estaba
más delgado,
pálido y débil. Tenía el aspecto de uno de esos enfermos
terminales que llevan años luchando contra
la muerte en una habitación de hospital
y los médicos no acertaban a diagnosticar
una causa para su enfermedad.
Una semana después de desenterrar la muñeca Juan murió.
Desconsolado por la muerte de su amigo,
Pedro empezó a relacionarse cada vez menos
con los demás y a pasar los recreos en la biblioteca del
colegio,
en su casa devoraba libros ávidamente y los fines
de semana visitaba librerías.
Los libros eran sus nuevos amigos, y su refugio.
Buscaba explicaciones médicas y poder entender
que le pasó a su amigo, pero los síntomas
que sufrió Juan eran tantos que parecía
que había contraído varias enfermedades
mortales simultáneamente.
Un día, en una extraña librería,
Pedro encontró dentro de la sección
de Esoterismo un libro sobre ritos y leyendas.
Era un libro viejo y usado, un libro de esos
que ya casi no se encuentran y que tienen extraños
dibujos entre sus páginas cubiertas de polvo.
Allí decía lo siguiente junto al dibujo de una muñeca
igual
(excepto por que no estaba tuerta) a la que encontró su
amigo:
‹‹El que tenga un mal incurable, que entierre una muñeca
igual a ésta mientras entona esta invocación.
Su enfermedad quedará atrapada en la muñeca.
Pero el primero que la encontrase recibirá
la enfermedad y morirá salvo que realice este mismo
ritual››
Todo estaba claro: los gusanos, los hongos, el frío,
todos eran indicios de que la muñeca que
encontraron en el bosque era una muñeca maldita.
Una muñeca en la que por medio de algún pacto o
brujería alguien había desatado una maldición
que condenaría a enfermar a aquel que la encontrara
mientras él curaba su cuerpo y sentenciaba su alma.
Tomada de la Red
En algunas creencias del vudú el uso de muñecos
que simbolizan personas es habitual, estos “fetiches”
pueden tanto usarse para hacer daño como para controlar
a sus víctimas. En sí el muñeco es la representación
de una persona y sufre y padece todos sus males
y por contrapartida todo daño o mal hecho al muñeco
lo sufre la persona ligada.
Esta leyenda probablemente naciera como
la adaptación de estas prácticas de magia negra.
Deja la luz prendida, por si acaso..!!
Feliz Noche
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